miércoles, 2 de julio de 2008

Los destinos inescrutables

Mientras me preparaba el desayuno hacía la lista de las ausencias significativas: don Carlos, Jaime Casillas... Y tenía la conciencia de que si bien la vida da, lo mismo arrebata. Ying / Yang, es el redoble surgido de los campanarios. Ying, yang, no hay más explicación.

Rumbo al trabajo, calculé que no me alcanzaría el efectivo y entré a la nueva plaza de Patriotismo y Puente de la Morena, a donde llegaban sin mayor anuncio una serie de patrullas, conté tres; no, cuatro. Me metí al Sanborns. Apenas había recogido la tarjeta del cajero cuando se movilizaron los de seguridad hacia las entradas del comercio. Alboroto afuera, cronopios. Y decidí hacer mutis por el lado opuesto. En el vestíbulo interior todo movimiento estaba congelado.
Me rebasó un policía con una metralleta. Y por la puerta por donde pensaba salir un par de guardianes del orden y la justicia adicionales, igualmente abastecidos, se manifestaron 'como ángeles en desbandada'. "Armas largas tenemos, Sancho, anuncian una ruidosa procesión" --le dije al tipo entrecano de gabardina que se reflejaba en los cristales de scappino. Alguno de ellos instruyó al resto para descender hacia el sótano. Lindas corbatas, me dije al distraerme con la mercancía. En tanto, despacio y con discreción me aproximaba a la bocacalle. Los elevadores del hotel previo al Buen bife marcaban piso 8.
Estaba rodeado cuando salí.
Una formación de 2-3-2 patrullas en cada entrada/salida de los estacionamientos. "Quítate de en medio", me gritó desde la caseta del sitio de taxis el atendedor.
Pero cómo explicarle que TODO era en medio.
Con toda lentitud me dirigí hacia Puente de la Morena (¿quién era esa Morena?). Era impresionante el silencio pese a estar sobrecargada la avenida Patriotismo --o era sólo mi atención a lo que pudiera escucharse en el estacionamiento. Un hombre en mono amarillo era mi punto de referencia para una línea imaginaria que rezaba: "aquí empieza la zona segura". Conté los pasos: 30. Atrás quedó el dispositivo.
Sentí el cuerpo de los pasajeros en el microbús como un parapeto magnífico. "En una de esas salimos en portada de La Prensa, el Grafico o el Metro".
Cuatro minutos después bajé hacia metro Patriotismo. El reloj de la taquilla electrónica marcaba 10:02.
Fue un viaje sin interrupciones, como sólo sucede un par de veces al mes. Descendí en la estación Allende a las 10:27.
Desde hace año y medio me acostumbré a encontrar en el pasillo a una anciana de cabello perfectamente blanco que pedía limosna. Era pequeña, con algún ligero mal hepático o en la vesícula. Siempre estaba limpia. Llegaba por ahí de las 9:30 y se iba antes de las 13:00.
La gente la apreciaba. Pedía con educación y conversaba con quien se interesara en ella. A mí en algo me despertaba un eco de mi tía la mayor. De algún modo lo que hacía no era indigno, me explicaba en mis cavilaciones rumbo a Santo Domingo, mientras encendía el 3er cigarrillo de la mañana.
De modo que uno de mis deberes fue darle limosna sólo al final del mes o al término de la quincena, cuando me parecía obvio que descendía su ingreso. Ying y yang, una vez cada dos meses me compraba un billete de lotería.
Sólo faltó una breve temporada a mediados de enero. Casi quince días. Luego volvió. Fue cuando distinguí la fisura: algo en ella se había roto. Entre febrero y marzo tenía problemas para peinarse con la propiedad de costumbre. Y fue cuando alguien le dejó una silla porque no podía ya sostenerse como antes.
Después, ese dejo de cansancio. Una leve tristeza y la mirada más bien mirando algo lejos que a los pasajeros de los trenes. Y altibajos en su asistencia. Malum signum. Eso ocurre cuando se escuchan la cabalgata de los jinetes, o los pasos acompasados de la gran peregrinación.
Y esta mañana. El letrero en el lugar de la señora. La misa por doña Sarita será hoy, 2 de julio a las 12:00
Doña Sarita. Ying.

3 comentarios:

TrAvIjE dijo...

¿Entonces, al final, sí venimos a morirnos, querido maestro?
cómo me gustaría ver su sonrisa maliciosa y esa mirada de arquero a punto de soltar la saeta)

Soulejosis dijo...

A quê caray, vengo a encontrarme con la cotidianidad del mundo citadino en las bien escogidas palabras de Bernardo.
Salutaciones.

Anónimo dijo...

Mi papá tuvo su "doña sarita". Era un viejito que penaba afuera de un blockbuster. Le llevaba manzanas y sándwiches, un día lo acompañé. El viejito le tomaba las manos con fuerza temblorosa y sonreía. Desapareció. Nadie puso un letrero, y quizá no hubo misa. Yo no lo olvido, trato de inventarle nombres para saber por quién doblan las campanas.