martes, 16 de octubre de 2007

¿Por qué los narradores viven más?



NADIE como los poetas para hablar mal de los poetas. Quien los conozca, sabe de lo que hablo. Es una vieja costumbre. No veo por qué.O si lo veo, no creo necesario hacer un tratado sobre el egocentrismo. Ciertamente, hay curiosas excepciones. Costumbre o tradición (lo comentaba hace poco Hiriart en su página de Letras libres): sobran registros entre los latinos al respecto, y no pocas invectivas del Siglo de Oro español se conservan para ejemplo de los duelos de vanidades. Hiriart citaba el caso de Góngora y de Lope con particular acierto.


Por mi parte, llevo buena amistad con los narradores, me gusta leerlos y comentarlos e intercambiar historias con ellos. Todos sabemos que los temas son finitos, casi tanto como el alfabeto, pero que la combinatoria de ellos viene a ser la sazón de los platillos. Además, relacionar unas historias con otras, compartir personajes o espacios donde estos confluyen es, en ocasiones, un alegre divertimento a la hora de escribir.

Pocos encuentros son tan divertidos como los de narrativa. Son fáciles de escuchar, no es difícil con un poco de costumbre aprender a distinguir desde el inicio del texto las virtudes o debilidades de un autor y el interés que puede dar a su relato. Los autores kilométricos son detectados con rapidez cuando sacan su manuscrito o buscan las páginas en sus libros (ojear índices de los libros de los interfectos en los puestos de ventas es una precaución útil) y esos instantes dan la oportunidad de un interludio en esas experiencias.

Cuando un escritor comprende que como en un banquete opulento un lector paladea varios sabores y platillos, comprende que ese ese el verdadero placer de la literatura. Y que no debe uno sentirse excepcional entre sus pares, sino agradecer que existan.

Hay, también, una diferencia entre los cursos de creación narrativa y las sesiones de taller de narrativa. Durante los cursos es muy difícil ir al detalle en torno a una historia, la audiencia es amplia, de modo que una lectura y una crítica detalladas son propiamente imposibles. en los cursos, asimismo, sólo hay tiempo para comentar respecto a algunas lecturas adicionales o algunas técnicas que auxilien a un autor con su bibliografía respectiva. En tal sentido, la experiencia de un taller es mejor para un aprendiz cuando puede profundizarse y hurgar en el detalle de una historia. Realmente, esa es la experiencia más placentera. La condición necesaria es impedir que un taller se convierta en un club de intercambio de elogios. Bajo este acuerdo el anális frase por frase o párrafo por parrafo, la estructura, las diversas partes del relato pueden evaluarse con detalle y enriquecer no sólo al autor sino a todo el grupo de trabajo.

Cuando esto sucede, cada sesión además de agotadora alcanza una trascendencia para el grupo. Fuerza a continuar con mayor cuidado y a aprender el gusto por la revisión o la reconstrucción de un texto. Incluso la repetida revisión de un mismo texto a lo largo de diversas sesiones viene a ser alentadora y atractiva.

Ese era el método de Augusto "Tito" Monterroso, no lo consignó en ninguna de sus páginas, pero lo hago ahora, como un pequeño homenaje a aquellos tiempos.