jueves, 11 de enero de 2007

Ver por el retrovisor




P
REGUNTA MITAD en serio, mitad en broma que nos hacíamos entre los amigos en nuestros años mozos era: "Y tú ¿cuántos hijos tienes?". Una respuesta que evitaba suspicacias e interrogatorios comenzaba con la frase hecha: 'Que yo sepa, ninguno' --de ser el caso. Eran los tiempos en que la paternidad era un acto de fe. Los mayores a su vez usaban la frase: "Los hijos de mi hija son mis nietos; los de mis hijos, dicen que también. Les creo". Y basta leer el Decamerón o ver las situaciones de sátira o comedia del Siglo de Oro --a modo de muestra-- para fundar los motivos de esas maneras de razonar.

Modos de ser que han dejado de ser funcionales de diez años a la fecha, al menos, a causa de tres motivos insoslayables: los exámenes de ADN, los cambios legales en las relaciones (el concubinato, por ejemplo, se definió como una relación si no aprobada, reconocida por la ley como contrato social, en un afán por responsabilizar a los involucrados en su acuerdo; el mayor reconocimiento al papel de la mujer en la sociedad, la propia lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos; y de modo más reciente la supresión de la diferencia entre hijos "legales" y "naturales". Afortunadamente todos somos ahora naturales, incluso los de probeta).

Asimismo, este siglo terminará el primer decenio con dos cambios de perspectiva fundamentales en lo que se refiere a los productos de una relación: el varón no podrá negar la paternidad impunemente si se niega a un examen de ADN --ya que se le imputará la responsabilidad y sus consecuencias. Y ahora la Corte reconoce otra circunstancia y una vía de respuesta a las obligaciones del padre. La siguiente noticia da constancia del hecho.

A partir de ahora Pensión alimentaria, a la buena o por la ley

Como siempre, una es la regla escrita. Otra, el respeto y cumplimiento de la ley. En lo que a mí respecta, atestiguar un positivo deseo de cambio en nuestra colectividad, me satisface. En este territorio de la desobligación, de la costumbre de perjudicar al débil o al indefenso me confirma que no todo esta perdido, que no hay que dejarse.

Hace algunos meses platicando con Bonifaz Nuño, comentaba él que en Ridell Haggard había descubierto actitudes fundamentales. Y recordaba con una sonrisa de felicidad el momento en el que defienden Quatermain y sus compañeros su vida en el poblado zúlu donde los ataca una multitud de guerreros (Bonifaz citaba Las minas del rey Salomón). "Fíjense, maestros --se refería a Gerardo Piña y a mí--, estos ingleses tienen todo perdido, están a punto de morir y saben que nadie sabrá más de ellos, pero deciden defender caras sus vidas sólo para morir con honor, porque el mayor deshonor es sentirse uno mismo un cobarde o un ser que cae ante los propios ojos con deshonra. Esa es la gloria de la decisión de estos personajes".

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Pero estamos en México. En una discusión como de cantina, leí anoche una elucubración que no puedo ignorar a causa de su peculiar dimensión:

"...la tecnología de las bolsas de pan bimbo está basada en un refrigerador que desarrolló la NASA y en unos jeroglíficos que descubrieron de Leonardo da Vinci en un prototipo del batimóvil . . . si se fijan, el alambrito que cierra la bolsa es una mítica arma ninja"


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Conferencia en la reunión "Tecnologías del milenio", dictada por H. H. Barravazh, IPN, 2007
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Y ya me voy a trabajar.

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