martes, 30 de mayo de 2006

Sagrados furores

QUIZÁS entre los aspectos más memorables del gobierno de Vicente Fox —siempre tan preocupado por ser imagen— permanecerá su exaltación ante los acontecimientos cuando las circunstancias parecían ser favorables a su pensamiento, independientemente del efecto de sus acciones. Comenzó como visionario y terminó como alucinado. Cerró los ojos a la realidad y jamás dudó de sus cortesanos, príncipes de la abyección y del egoísmo fatuo. Quiso ser admirado y, por encima de cualquier virtud, dejó que su prepotencia lo cegara.

Si Borges lo hubiera conocido, su paralelismo con Vathek sería ejemplar: quiso subir al cielo y desdcendió al infierno.

Diversos biógrafos resaltarán otros aspectos de tan curioso presidente de México, cuyas peculiaridades recuerdan las de Antonio López de Santa Anna, cuyos actos siguen siendo leídos y analizados con estupor y fascinación por historiadores y lectores tanto de su biografía, como de las novelas en torno a su curiosa personalidad.

Extintos los rumores, a la vista los efectos de sus poco estructuradas decisiones a favor de la República, desprendidos los bozales de los timoratos críticos, abiertas las entrañas e intimidades de Vicente, la panorámica de su ignorancia y charlatanería serán deleite de plumas y procesadores de texto. Toda la crítica a la que se resistió aprovechará la igualdad de circunstancias y la emprenderá con él, con toda la ironía y meditado rencor del anális de acciones fatales para la adecuada evolución de un país que quiso confiar en él con toda la inocencia de la esperanza, la palabra más desgastada de la vida nacional.

Para quien afirma que todo tiempo futuro no es mejor, el escenario para el cambio de gobierno se ha convertido en la feria del desencanto: los 600 millones de años de pesimismo a cuestas en los habitantes del país deberán votar contra los lastres que este tiempo de desprecio les ha impuesto con base a una decisión que enfrentan sin argumentos ante la verborrea de los contendientes. Pese a las opciones que se les ofrecen optarán por una disyuntiva propuesta por los medios. Ninguna de ellas óptima ni confiable.

En el ambiente corren apuestas y descalificaciones. Pero ninguna solución a una circunstancia donde la mediocridad amenaza en convertirse en elemento fatal para nuestra apuesta de permanencia.






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