sábado, 12 de noviembre de 2011

Contracorriente


DESDE HACE ALGÚN TIEMPO me sentía atrapado por la cotidianidad. Levantarme, leer las noticias y correos más recientes durante el desayuno y salir corriendo a la oficina. Me apasiona mi trabajo, pero a fin de cuentas se renuncia a lo propio en función del trabajo en equipo en un área de publicaciones. Y francamente, sólo en las conversaciones durante la comida, con mis colegas o los de las oficinas afines, y a veces alguna cita con amigos, han sido el paréntesis durante estos meses.
Antes era peor, no lo niego. Sin embargo, las tardes y noches de oficina o de clases, que incluyen los sábados, bloquea el placer de ciertos ocios que son un gran respiro. Entre tareas y encargos de la superioridad, los irrenunciables discursos, queda uno atrapado en el aparato laboral. Incluso el placer de los domingos se desdibujó. Unas cuantas horas dedicadas a la familia, a saber qué hacen las hijas. Y todo espacio personal queda postergado a los breves días de vacación.
De modo que en momentos de rebeldía, cuando me sentí acosado por la fotocopia de mi agenda, fui corrigiendo historias que llevaban años en el sueño cíclico del disco duro. Esta es en suma la historia de Más allá de sus ojos, donde vacié lo más rescatable de los relatos que permanecían inéditos, en ese filo de la navaja que el temor paralizante ante las evidentes imperfecciones postergan la decisión de publicarlos.
Luego, la duda respecto a la estructura final del libro, el orden y sucesión de las historias. ¿Cómo equilibrar la salida a escena de personajes tan cotidianos y disímbolos? La relectura de una historia infantil, "La cofradía de los calacas, que me publicó en CIDCLI hace años Silvia Molina fue la clave. Cuando agregué al corpus central las narraciones de la 'Teoría personal del caos', sentí que el volumen estaba cerrado. No había más que decir.
A trompicones, con la ayuda de Rosalía Contreras y de Alejandro Arteaga, armé la preprensa. Pese a las revisiones del manuscrito, algunas erratas sobreviven: un tributo a la imperfección humana. Antier los paquetes para el distribuido fueron entregados. Ya el libro no me pertenece. Celebra mis 58 años, y diez de la fundación de la editorial. Algo hay que celebrar por el mero hecho de estar vivo. O ante la apariencia de estar vivos en un país que se desmorona en la cúpula y en la insatisfacción de sus habitantes.
Ahí lo dejo.

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