miércoles, 21 de diciembre de 2005

Cerrar y abrir puertas II.



Laia Jufresa al frente, Gabriela Aguileta corrige, Vite se vuelve.
En la foto superior Federico Vite y Jorge Vázquez Ángeles.

Y bien, esos días se fueron. Quedan de ellos la novela de un ahogado en Acapulco cuya tristeza devora fantasmal a su padre, con la que Federico Vite nos hundía en un mar de dolor en la parte invisible al turismo del puerto. Con ella ganó hace unos días el premio de novela Ignacio Manuel Altamirano. Quedan los Cuentos sobre pedido de Laia y ese registro de la nublada Europa escrito por Aguileta. Por lo pronto.

Me costó trabajo decirles hasta luego, porque juntos todos pocas veces lograremos volver a estar, aun cuando hay días en que nos encontramos dos o tres de ellos y retomamos un poco el hilo de nuestras vidas y el registro de lo que leemos.

A finales de septiembre se cumplió su tiempo en la casona de Liverpool 16. Cada periodo requiere un colofón. Este es el que pude bosquejar:

Liverpool 16

En octubre de 2004 comenzamos nuestra conversación con la lectura de fragmentos de la Vida de los doce césares. Tras bambalinas, la idea del hombre como un pasajero que es juzgado por sus obras, porque su circunstancia personal se circunscribe a una lista de aciertos que contrastan con su natural torpeza.

Entre sus manos, algunas páginas con las que bosquejaron sus intenciones literarias: el camino que los condujo a Liverpool 16. El resto, un acto de fe. El medio, ese infierno o paraíso que nos iguala: el tiempo cuyas flechas hieren. La frase latina afirma que el último venablo mata.
Una cifra de tiempo. El deseo de todo escritor: horas vacías para centrarse de tiempo completo en una obra que necesita escribir, por la cual, como una mujer o un hombre enamorado, cada uno dejó casa, familia, comodidades, compromisos. Una historia semejante al deseo de los alquimistas: fabricar el elíxir de la vida.

A cambio de ese tiempo, de su renuncia, de su compromiso, una promesa de inmortalidad.
Y al oído, las tentaciones, las dificultades, el equivocado camino del ocio murmurando por los rincones oscuros: ?goza de la vida, goza de la beca?. En contraste, el aislamiento, las pruebas, los fracasos.

Y la receta insistente, obsesiva de los tutores, como la regla alquímica, solve et coagula; solve et coagula.

Nadie estaba seguro de recordar que en letra pequeña, al pie del muro de esta casa la piedra angular tiene inscrita la frase del Dante en el primer canto de su Comedia: ?Perded toda esperanza, vos que entráis?.

Porque tal es el descubrimiento, tal es la prueba: centrarse alrededor de la obra. Focus. Concentrarse, leer a los maestros, solve et coagula. Escribir, borrar. Esconder hábilmente la perfección y el rostro de la belleza de manera en apariencia casual. Solve. Diluir el yo, su vanidad e insolencia con sabiduría hasta lo último: que un verso, una frase, un diálogo, un párrafo sean verosímiles y parezcan sustituir la realidad. Estar ahí, reflejados en la creación como dioses desterrados, en un templo que parece no referirse a ustedes; pero que en cada detalle, trazo, mosaico, columna y espacio los evoca, incluso cuando su nombre no se mencione ni se conozca.

Con esos términos explica Bonifaz esa frase del Fulcanelli de El misterio de las catedrales, donde se advierte del destino de los iniciados: ?todos cambiaron su identidad, todos prefieren permanecer inadvertidos en el mundo?. Cuestión, sospecho, que trastoca en extremo la generalizada visión que la sociedad y los medios quieren hacer de la imagen del escritor.
Hijo de Prometeo, ladrón del fuego de los dioses, el autor descubre que se contaminará la obra, si no se refugia en el silencio, en la callada gestación de la sucesiva, diferente creación. Coagula.
Ésa, intuyo, es la enseñanza que todo escritor admira de la magia inigualable de Rulfo.

Sin embargo, esta reflexión no aparta la interrogante que traduce el desconcierto irrenunciable causado por el aparente vacío que al término de este tiempo compartimos. Terminada la obra, ¿qué después?

No disimulemos, no es aparente el vacío. Y es más intenso en la medida que no se asemeja a los periodos estériles. Lo viven ya Gabriela Aguileta, Laia Jufresa, Julián Robles, Jorge Vázquez Ángeles, Federico Vite y cada uno de ustedes que han cumplido su propósito.

Hay ahora nuevos libros, nuevas ideas para los hombres del mundo, personajes como Claessen o Javier, o un antiguo policía --que no trabajó en esta casa pero que nos consta lo hizo--, o un predicador apocalíptico que recorre con sus huestes la geografía de México, que estarán pronto en boca de todos, de quienes hoy se están despidiendo y los extrañarán, porque tienen su propia vida para deambular por Noruega o por las inundaciones en Holanda o los pubs de Londres, o sabe Dios dónde en las playas de Guerrero, o en el Mar de la Tranquilidad. . . y vayan ustedes a imaginar qué mostrarán de ellos y de nosotros en el siglo XXII o en el XXXV cuando se confundan con César, Sartre, Sancho Panza, Hal 9000 o Carlos Argentino Danieri en una época que ni siquiera bosquejamos. . . Al tiempo.

Sencillo, es así, tan fácil como abrir ahora la puerta, volver al mundo, observarlo, extrañar, amar, sentir un apachurrón y el calor del metrobús, preguntar si alguien sabe de un trabajo, hablar, escuchar. Solve.

Quede en la memoria la costumbre de Monterroso : ?Hoy he escrito una línea, me siento un Balzac?. Coagula.

Y dejemos que --vanidad de vanidades, todo es vanidad--, se colme y cumpla cada destino: Carpe diem, goza el día, que el tiempo nos desgaste. Solve.

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