martes, 1 de diciembre de 2009

No le pidas al tiempo que vuelva




In memoriam, George Orwell & Joseph Heller

TRAS PURGAR MIS PECADOS en el sillón del dentista, mientras pagaba la cuenta, recibí una llamada desde la redacción de Proceso, que todo lo sabe. Con brevedad, la reportera me informó que hubo ayer una junta, reunión o asamblea en SOGEM que me había encontrado culpable de todo lo que se me acusaba; y que, en consecuencia, he sido expulsado por un año de tan respetable sociedad de gestión de interés público; o sea, que he perdido mis derechos. Acto seguido, una serie de preguntas.

Por supuesto preguntó que cómo me sentía. Francamente para haber tenido al doctor Mengele recargado sobre mis costillas más de 25 minutos, no me sentía tan mal. Podía hablar, es ganancia en tales situaciones, de modo que mi respuesta fue tan educada como la de un noble personaje de Jane Austen. Le dije a la chica que no iba a llorar, que aquello no tenía la menor importancia, y que --como es evidente-- la vida ya no es como antes. Pero que saldría adelante.

Y ella me contó cosas muy tristes, y me recordó a los tiempos de antes, y que qué iba a hacer. Pues lo de siempre, le dije, escribir, leer, y trabajar, ni modo que nadie vaya a trabajar por mí. A fin de cuentas ha pasado lo que tenía que pasar, como se sabía que iba a suceder. Y fui cayendo en su plática, porque tiene una voz muy bonita.

Mientras, la ayudante del dentista planchaba la tarjeta y me daba un recibo, y me hacía firmar que había recibido el recibo, y comentaba que debía hacerme una nueva cita, pero no tiene una voz tan mona como la de la muchacha de Proceso. Neta. Entonces le dí largas.

De vuelta a la voz en el teléfono le dije que sí, que le contaría todo, pero que realmente me han pasado tantas cosas tan curiosas en estos meses que lo de SOGEM se veía como una escena con binoculares al revés, donde mucha gente va diciendo adiós, como hago con todos esos amigos que al morir despido en estas páginas virtuales. Claro que en este caso yo era el muerto. Pero no me puse triste, porque pensé en mi mesa del Nuevo León, sección de fumar, donde hay juntas y asambleas, nada aburridas, y sólo alzamos la mano para pedir un trago; o las reuniones de El gallo de oro, donde la orden del día consiste en no parar de estrenar chistes y arreglar el mundo. De modo que no sentí nostalgia.

Ella me dio el pésame, y yo se lo agradecí. Me preguntó qué iba a hacer. Le contesté como me enseñó Shelley que hay que ser cuando uno se convierte en abuelo: "Nada". Y seguramente a ella le preocupa la tele, porque me dijo que si la tele se quedaría con SOGEM. Seguramente, porque a las mayorías les gusta la tele, dije. Yo, como no la veo (si no es Milenio TV o Medici.tv, prefiero You Tube, aunque no le dedico nada de tiempo al mes), no tengo el menor interés en ella.

De modo que estaré como perro sin dueño. Como mendigando, pobre de mí, que alguien defienda mis derechos. Y dejaré que el río de Heráclito o los caminos del Aqueronte fluyan mejor que las aguas del drenaje profundo. Para eso es la vida.

*
Eso sí, fue un buen chiste, lo juro. Lástima de la gente amargada y de los policías de la mente que necesitan inventarse qué hacer.

Chic@s, los quiero mil. Bye.