El verdugo
Un oficio peculiar
"Después del la Puebla de la Cazalla, cerca de Osuna, hay que ir despacio a lo largo de unos cuantos kilómetros, porque la carretera está en obras. Queman los bordes de las chapas de los automóviles y los viajeros languidecen, sudoros y aburridos.
"Los campos se resecan a lo lejos salpicados aquí y allá por los pequeños olivos polvorientos y retorcidos y secas encinas. Reverbera el aire ante nuestros ojso quemados al pasar junto a los obreros semidesnudos y negros de alquitrán que apalean gravilla sobre el fuego derretido, con movimientos lentos y agotados, entre nubes de polvo pegajoso y acre.
"--Vaya oficio, chacho --exclama Antonio, volviendo la cabeza al pasar.
"También Vicente se los ha quedado mirando.
"--Hay gente para todo --dice.
"--Y mucha necesidad, también.
"--También, sí."
Quienes hablan así son unos verdugos españoles, rumbo a la primera asamblea de su oficio en la ciudad de Granada.
Sueiro, Daniel. Los verdugos españoles. Historia y actualidad del garrote vil. Editorial Alfaguara, Madrid, 1971.
EL BRAZO ARMADO DE LA LEY, el verdugo, es la mano que aprieta y liquida para el poder: el oculto rostro del gobernante, del tirano o del sistema judicial de una sociedad. El otorgador de la muerte es una figura seductora, la legalidad que mata, el vengador de un grupo o gobernante de uan sociedad que desdeña la vida de sus miembros. Un hombre con licencia para matar.
Un especialista que, sin embargo, carece de lugar en los países civilizados y en los no tanto donde aún se aplica la pena de muerte.
Roger Caillois y Pär Lagerkvist con sendas Sociología del verdugo y El verdugo, ensayo y cuento respectivamente, fueron los primeros en abrirme los ojos respecto a los ejecutores. Ambos textos ?entre los cuales hay un tiempo mínimo de diferencia en su publicación y escritura, abordan el tema con brevedad y detalle ejemplares. Complementarios en gran medida, uno ilustra y demuestra aquello que el otro reflexiona.
La ventaja para un lector contemporáneo estaría en la posibilidad de profundizar en la comprensión de la vigencia para el nuevo milenio de una figura legendaria para toda civilización. Tanto un fragmento del Canetti de Masa y poder, "La mano"; como los amplios ensayos sobre El arte de matar de Daniel Sueiro y Penas de muerte de Martín Monestier junto con las obras citadas al principio propician una reflexión profunda sobre el tema, al que en ocasiones, se le soslaya o ignora en función de otros enfoques.
La fascinación del verdugo, así como la que propician las formas de ejecución, es vertiginosa. Como lector, es imposible abstenerse del protagonismo de ambos extremos de esta dupla. La escencificación --forma y el estilo de la ejecución-- tiene también sus rituales, su pretendida moralidad o advertencia: tiene incluso --afirma Monestier-- un específico carácter nacional, tan significativo como un estandarte o un escudo.
No se puede pensar en un inglés sin relacionarlo con el ahorcamiento o ignorar el decidido caracter francés de la guillotina. (Mas vale comentar sin el menor humor que el récrod Guiness de guillotinados lo tiene un verdugo nazi de la IIa Guerra). Es impensable la historia del pueblo judío sin la lapidación, y a nadie extraña la carnicería con el ejercicio del sable como una forma de justicia musulmana. El garrote vil lleva la firma castellana; así como la muerte adecuada para los acusados de satanismo, brujería o herejía es la hoguera. Múltiples formas refinadas de pena de muerte y tortura se funden continuamente con el patrimonio cultural de la humanidad.
Incluso la mera manifestación individual del crimen --valga el paréntesis-- llama la atención como motivo literario, en una tradición iniciada por De Quincey en El asesinato considerado como una de las bellas artes. O bien, las numerosas secuelas de narraciones que la figura de Jack, el destripador propició después del siglo XX, por mencionar sólo las expresiones literarias. Lo cual nos induce a pensar que todo hombre imagina y adopta las formas de muerte que en su mentalidad son permisibles.
La historia de Moisés a la deriva o su refinada versión femenina elaborada por Perrault en Blanca Nieves (que son abandonados como personajes a un destino incierto para ser ejecutados o perdonados) son el reflejo último de una participación de los dioses o del Hado capaces de ejecutar a un individuo o perdonarlo en función de la naturaleza o las bestias describe una curiosa alianza: los animales o la naturaleza como verdugo.
Sin embargo, conforme se civiliaron, los diferentes pueblos o naciones prefirieron algún tipo de instrumento como herramienta representativa de la muerte. El hacha o la flecha; la franciscana o la cimitarra, la decapitación, el empalamiento, el degüello, la decapitación, la lapidación, la trituración, el desmembramiento, el despellejamiento, etc. Y sólo un pueblo en la historia se ha permitido adoptar todas las formas históricas y protohistóricas de ejecución en un afán de síntesis agresivamente universal: la Alemania nazi.
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