martes, 29 de julio de 2008

Nueva generación. Cuil vs Google



MÁS DE 121, 000 MILLONES de páginas de la Red es la propuesta de Cuil.

Cuil es una palabra del irlandés antiguo que significa conocimiento.

"Cuil busca en más páginas en la red que cualquier otro motor de búsqueda: tres veces más que Google y diez veces más que Microsoft.

"No se trata de una búsqueda por popularidad, sino por rango de cada página, de acuerdo con su contenido y relevancia. Consideramos que es mejor analizar la Red en lugar de que nuestros usuarios hagan el trabajo. Por ello no recopilamos sus datos ni sus hábitos. Con Cuil su historial de búsqueda es siempre privado.

"Queremos hacer un índice de toda la Internet, no sólo una parte de ella, así como analizar y ordenar conforme a su pertinencia. Cuil es un equipo con larga experiencia. De modo que ahora ofrecemos la nueva generación de procesos de búsqueda.

"El grupo de trabajo es dirigido por: Tom Costello, presidente y fundador; Anna Patterson, Presidenta y fundadora; Russell Powell, Ingeniería; Louis Monier, Productos; Vince Sollitto, Comunicaciones; Pete Szymanski, consejero general; Bruce Baumgart, jefe de operaciones". Un equipo basado principalmente en la experiencia de antiguos colaboradores de Google.

Tal es en resumen la propuesta de este nuevo buscador (textual y por categorías) que comienza a ser promovido en los medios. (Anoche leí la nota respecto a su existencia en Le Figaro). El caso más llamativo en el equipo de trabajo es el de Sollitto, quien trabajó la campaña de
Schwarzenegger.

Como extra: rápidamente se puede agregar su plug-in en el listado de búsqueda en Firefox. Con ello, se vuelve innecesario agregarlo a la lista de marcadores favoritos.

Las profecías me producen escalofríos, pero le veo proporciones serias de rival para Google.


sábado, 26 de julio de 2008

Leer porque sí



LOS MISTERIOS DE LA CIUDAD DE MÉXICO son incontables, tantos como sus habitantes, aprenderá cualquier visitante de la urbe. ¿A dónde se guardan sus autos durante las noches?, ¿cómo inundan el paisaje durante la jornada? ¿Llegan de verdad a tiempo a sus trabajos? ¿Cuál es el origen de su monumental paciencia en los embudos de las horas pico por toda las calles y avenidas? ¿Cómo no perderse en una geografía sin denominación precisa?

En virtud de que tales temas son ajenos a mi conocimiento, aguardaré con paciencia a que alguien formule una respuesta respecto a tales fenómenos.

En retribución, no obstante, me atreveré a formular algunos fenómenos, más próximos a mi experiencia.

Las estadísticas reconocen que cada habitante del país lee de uno y medio a dos libros por año. Me atreveré a disentir respecto a la cuenta capitalina: mi experiencia en el Metro demuestra que, al menos, entre libros, revistas y diarios uno de cada cinco metronautas –sea de pie o sentado– algo lee.

Como el STC transporta un promedio de siete millones de pasajeros, calculo que, a diario, durante cinco días a la semana, casi un millón y medio de lectores han avanzado en su promedio de lectura.

¿Cuánto? Unas diez cuartillas diarias. Baratito. Cincuenta a la semana per capita, lo cual suma un volumen cercano a las 200 páginas mensuales. Al año, algo así como Guerra y paz.

Cierto: ni Alfaguara, ni el FCE, ni Anagrama son asunto cotidiano en el Metro; más bien escasean entre los lectores metronáuticos tales lecturas. Sus precios –infiero– los alejan de esos nichos. Sin embargo, atestiguo que a quienes les toca –por ejemplo– un libro de la colección Para leer en el Metro, no sólo lo leen, sino lo expropian: no para hacerse de una biblioteca hogareña, sino para compartirlo. Mi plumaje no es de ésos, pero no soy un inquisidor de quienes actúan de tal modo. Durante muchos años, leí de prestado.

He de confesar, sin embargo, que durante más de veinte años me ha preocupado eso de los programas de lectura. Ahora, creo haber encontrado una respuesta al problema del fomento a la lectura que saldría más barato que el FOBAPROA y esas cosas que a nadie le gusta mencionar.

No es sólo asunto de llevar la contra al Secretario de Hacienda; sino cuestión de multiplicar los caminos de cómo adelantarse a las leyes y a los reglamentos contra la lectura.

Si bien no soy fan del gobierno citadino, ni de su área cultural, juzgo acertada la venta de libros que hubo en el Auditorio Nacional a fin de postergar el Farenhait 451 con el que Hacienda decretó exterminar los títulos que no se agoten como pan caliente. Una subasta relevante. Esos libros sí se ven ahora en el transporte público.

Agrego: en mis caminatas por librerías de viejo y kioskos del Centro Histórico han surgido como hongos una serie de títulos ligeros: Historias siniestras de conventos y monasterios; Cuentos mexicanos de terror; y –entre muchos– el más brillante: Cuentos coloniales de terror. Dos libros cuestan veinticinco pesos. Quince uno solo. La editorial, Época.

En cuatro meses he comprado más de once títulos; (Época es una novísima editorial: 2008). Compro de a dos, regalo la mitad y aún conservo a mis amistades. Su autor –el mismo–, anónimo.

De acuerdo, no son obras maestras; pero ni se duerme uno, ni olvida en cuál estación descender. Y el siguiente título siempre da cierta curiosidad.

*

Publicado en Laberinto


lunes, 21 de julio de 2008

Una cómoda biblioteca en su PC


DESDE HACE ALGUNOS MESES VARÍO MIS MODOS DE LECTURA: en virtud de que la vida de la Ciudad de México implica condiciones poco propicias para leer, uno debe enviciarse como lo hacen ahora los fumadores: buscando resquicios a la ley, a los espacios, o incluso trasgrediendo de puntitas alguna delgada línea entre lo permitido y lo prohibido.

Así, debo confesar sin ambages que soy de esas personas que no sienten el menor pudor de afirmar que NO chatean. . En cambio, sí leo en mi porción de establo burocrático durante las horas vacías.

Leo diarios, casi diario. Revistas, seis o siete al mes. Y algunos libros. El año pasado organicé un homenaje privado a Lawrence Durrell. Leí de corrido El cuarteto de Alejandría y El quinteto de Avignon. Un trimestre espléndido.

Con el paso del tiempo, he incrementado mis modos de lectura.

Durante el camino a la oficina, escucho algún audiolibro o leo. Hago lo mismo a la hora de la comida, ya que al menos dos veces por semana como solo. Las librerías de viejo siempre tienen libros magníficos a 5 o 10 pesos (menos de un dólar), que no me preocupa demasiado que se maltraten un poco en este ajetreo. Sólo tengo algunos libros sobre el escritorio. Pero quien lee, 'no está haciendo nada'. La productividad se mide en horas pantalla.

Por ello, más que ostentar un volumen en las manos, bajo PDF's o archivos de texto de Gutenberg que transformo a RTF para leerlos.

Así me inventé un curso respecto a The Woman in White, The Moonstone, Armadale, y Hide junto con The Dead Alive de Wilkie Collins. Costo: el tiempo invertido. El resto, cortesía de la Red.

Sin embargo, uno vive inmerso en sus propias neurosis y la sombras que proyectan. Y como la Hidra, surgen de las tinieblas cabezas de amenazadoras fauces. Es difícil concentrarse con el rumor de conversaciones de una oficina, los bocinazos en la avenida saturada de autos y las actividades musicales o la propaganda política en la plaza vecina. En algún momento alcancé el límite de mi paciencia con el ruido.

Ante la necesidad, la inventiva. En http://www.feedbooks.com encontré una amplia biblioteca de PDF's. El sitio conecta con Adobe, de modo que es gratuita la plataforma de lectura, Adobe Digital Editions específico para libros electrónicos, tanto en el nuevo formato EDB, como en el usual PDF.

Feedbooks es una biblioteca gratuita, en expansión constante: puede uno colaborar con ella, teniendo en cuenta sólo los derechos de autor. El sitio invita al obsequio de ediciones preparadas por los lectores, formados en PDF con libros del dominio público o de propia autoría. Feedbooks tiene libros en diversos idiomas. El Adobe Reader queda dedicado al manejo de formas, volantes y documentos.

Paralelamente, Librivox.org se dedica a difundir una extensa biblioteca de literatura clásica en diversos idiomas. Su única especialidad: los audiolibros. El material tiene un buen nivel de calidad. Muchos de sus títulos y autores coinciden con los de Feedbooks, de modo que se puede organizar una lectura en iPod o en reproductores de MP3 o Itunes de Apple que se puede seguir con la vista al tiempo que se escucha la obra. Librivox está hecho con base en trabajo de aficionados a la lectura. La mayoría de ellos correctamente leídos.

Esta lectura simultánea es mi nuevo vicio. Aísla del sonido externo, facilita la concentración y se descubre con mayor facilidad el ritmo del lenguaje de una prosa o de la poesía. Para quien lee otros idiomas es un ejercicio de prosodia bastante saludable: ayuda a incrementar la comprensión.

Leídos por actores profesionales, se tiene la opción también de los audiolibros de Audible, un club de lectura de excelencia. La cuota mensual es de alrededor de 14 dólares americanos, con derecho a uno o dos títulos, y puntaje para obtener obras gratis. El Ulysses de Joyce en publicación de Audible es uno de los títulos que más me han llamado la atención. Y me ha dado gusto encontrar obras de autores mexicanos contemporáneos en su catálogo.

Los métodos y formas de lectura de este siglo, descubro, se han convertido en opciones accesibles: sorprendentes y de bajo costo. Son además un entretenimiento magnífico cuando uno no tiene ganas de hacer nada.


miércoles, 9 de julio de 2008

Que no le digan, que no le cuenten

LA GUERRA DE LOS PROVEEDORES DE INTERNET es uno de los temas entre quienes gustamos perder el tiempo en discusiones bizantinas; parecemos políticos, nada arreglamos, pero ¡ah! cómo opinamos. Y existe la tendencia a increpar los servicios que rentamos, que si el Prodigy, que si el Infinitum, que si Cablevisión o BamIusacell se convierten en motivos de mofa y desprecio momentáneos o simultáneos. En la medida que algo del método científico se me quedó de embarrón en el plumaje de mi paso por la Facultad de Ciencias allá por el 76-77, en medio del ocio de la tarde y aprovechando la momentánea ausencia de los altos servidores públicos a los que sirvo de escabel, me puse a vagabundear por los barrios bajos de la red. Por una callejuela llegué a esa esquina mal iluminada: Speedtest.net

El sitio es realmente bueno: de inmediato conoció mis generales: mi IP, mi ISP, el nombre del proveedor, y la localización geográfica del servidor. En la página de acceso se ven los casi 500 millones de pruebas que ha realizado a la fecha el sito repecto a la velocidad de las conexiones por Internet. Y hace uno sin mayor problema su prueba para averiguar la cantidad de Kbytes o Mbytes de velocidad tanto para enviar información como para recibir.

La información valiosa: hay un porcentaje de calificación al proveedor y una comparación tanto nacional como internacional de los resultados. Dicho brevemente: ¿está uno recibiendo el servicio por el que paga? En menos de dos minutos puede uno tener clara idea de cómo está el servicio de Internet.




miércoles, 2 de julio de 2008

Los destinos inescrutables

Mientras me preparaba el desayuno hacía la lista de las ausencias significativas: don Carlos, Jaime Casillas... Y tenía la conciencia de que si bien la vida da, lo mismo arrebata. Ying / Yang, es el redoble surgido de los campanarios. Ying, yang, no hay más explicación.

Rumbo al trabajo, calculé que no me alcanzaría el efectivo y entré a la nueva plaza de Patriotismo y Puente de la Morena, a donde llegaban sin mayor anuncio una serie de patrullas, conté tres; no, cuatro. Me metí al Sanborns. Apenas había recogido la tarjeta del cajero cuando se movilizaron los de seguridad hacia las entradas del comercio. Alboroto afuera, cronopios. Y decidí hacer mutis por el lado opuesto. En el vestíbulo interior todo movimiento estaba congelado.
Me rebasó un policía con una metralleta. Y por la puerta por donde pensaba salir un par de guardianes del orden y la justicia adicionales, igualmente abastecidos, se manifestaron 'como ángeles en desbandada'. "Armas largas tenemos, Sancho, anuncian una ruidosa procesión" --le dije al tipo entrecano de gabardina que se reflejaba en los cristales de scappino. Alguno de ellos instruyó al resto para descender hacia el sótano. Lindas corbatas, me dije al distraerme con la mercancía. En tanto, despacio y con discreción me aproximaba a la bocacalle. Los elevadores del hotel previo al Buen bife marcaban piso 8.
Estaba rodeado cuando salí.
Una formación de 2-3-2 patrullas en cada entrada/salida de los estacionamientos. "Quítate de en medio", me gritó desde la caseta del sitio de taxis el atendedor.
Pero cómo explicarle que TODO era en medio.
Con toda lentitud me dirigí hacia Puente de la Morena (¿quién era esa Morena?). Era impresionante el silencio pese a estar sobrecargada la avenida Patriotismo --o era sólo mi atención a lo que pudiera escucharse en el estacionamiento. Un hombre en mono amarillo era mi punto de referencia para una línea imaginaria que rezaba: "aquí empieza la zona segura". Conté los pasos: 30. Atrás quedó el dispositivo.
Sentí el cuerpo de los pasajeros en el microbús como un parapeto magnífico. "En una de esas salimos en portada de La Prensa, el Grafico o el Metro".
Cuatro minutos después bajé hacia metro Patriotismo. El reloj de la taquilla electrónica marcaba 10:02.
Fue un viaje sin interrupciones, como sólo sucede un par de veces al mes. Descendí en la estación Allende a las 10:27.
Desde hace año y medio me acostumbré a encontrar en el pasillo a una anciana de cabello perfectamente blanco que pedía limosna. Era pequeña, con algún ligero mal hepático o en la vesícula. Siempre estaba limpia. Llegaba por ahí de las 9:30 y se iba antes de las 13:00.
La gente la apreciaba. Pedía con educación y conversaba con quien se interesara en ella. A mí en algo me despertaba un eco de mi tía la mayor. De algún modo lo que hacía no era indigno, me explicaba en mis cavilaciones rumbo a Santo Domingo, mientras encendía el 3er cigarrillo de la mañana.
De modo que uno de mis deberes fue darle limosna sólo al final del mes o al término de la quincena, cuando me parecía obvio que descendía su ingreso. Ying y yang, una vez cada dos meses me compraba un billete de lotería.
Sólo faltó una breve temporada a mediados de enero. Casi quince días. Luego volvió. Fue cuando distinguí la fisura: algo en ella se había roto. Entre febrero y marzo tenía problemas para peinarse con la propiedad de costumbre. Y fue cuando alguien le dejó una silla porque no podía ya sostenerse como antes.
Después, ese dejo de cansancio. Una leve tristeza y la mirada más bien mirando algo lejos que a los pasajeros de los trenes. Y altibajos en su asistencia. Malum signum. Eso ocurre cuando se escuchan la cabalgata de los jinetes, o los pasos acompasados de la gran peregrinación.
Y esta mañana. El letrero en el lugar de la señora. La misa por doña Sarita será hoy, 2 de julio a las 12:00
Doña Sarita. Ying.

martes, 1 de julio de 2008

Xorge del Campo (45-2008)

ESCARBABA en la historia con el deseo de visualizar al difunto Patricio Robles, a quien luego envolví en mis imaginaciones de Los caminos del hotel. En la medida que buscaba pretextos para su alejamiento me hacían falta libros que se quedaron perdidos para siempre en casa de mi padre.

René Avilés Fabila en algún momento me había presentado a Xorge del Campo(¿o ya nos conocíamos desde los tiempos de El Heraldo de México?; seguramente, qué importa). Xorge fue durante un par de años mi interlocutor en el bar de Sanborns del PH Durango --oscuro y rodeado de oficinistas de 3er pelo-- cátedra de nuestras conversaciones respecto a los temas que me interesaban: historia, religión, literatura, la generación de los 40. Siempre tuvo comentarios generosos y llenos de filo. Usé los que convinieron a Robles, a fin de cuentas se trataba de mirar por encima de su hombro.

Pasados a las cuestiones críticas, Xorge era un B-52, con un dejo de Campari. No sé por qué. Siempre había en él algo de tristeza, un dejo de amargura No era un bebedor: más bien un magnífico conversador. Sus obsesiones me divertían e ilustraban. Con frecuencia le compré libros, viejos, raros y algunos únicos. Era parte de su ingreso el ir y venir de los biblófilos, el hurgar en bibliotecas y entre ofertas. Y así hubo una serie de conversaciones perdurables (quizá Fernández guarda esos diarios de los tiemps sin Blogger (tm) o se han perdido). Y lo siento.

Hace unos días me mandaron Bardamú y Martré el aviso de su enfermedad. 'Apenas hay tiempo para despedirse', dijeron. Cáncer en el estómago.

Y tenían razón: es bueno hablar con los vivos, decirse adiós y, al volverse, ignorar el incendio de las naves.

Tengo frente a mí sus libros, y no se me han borrado su voz, ni sus comentarios mordaces. En especial aquellos referentes a las relaciones conyugales. Aprendí mucho de sus consejos. Y magnífica me pareció su actitud de olvidar la grandeza del mundo para ver el interior de las cosas: desde ese lado, el que no atañe al centro. Desde la distancia.

Quizás no tarde en estar con él en los territorios de los narradores y de los cínicos. Quizá me tarde. Pero mientras, aquellas palabras, aquellas conversaciones hoy son únicamente mías. Descansa en paz, Xorge.