miércoles, 25 de abril de 2007

Costumbres extrañas

JESÚS Vicente García me escribió para avisarme de mi presentación. Un acto de gentileza; sin ánimo de ofender, y él sabrá cómo tomarlo. Tiene cortesías al estilo de la de los gatos: una delikatessen junto al rincón.

En mis planes está asistir. Creo que a la última presentación que fui aquí en México se remonta a principios del milenio, cuando tocó turno a La sangre de su corazón en la feria del libro de Minería. Memorable durante aquella velada fue la ópera en La Ópera, porque estaban los cantantes de Bellas Artes en el bar. Las cervezas estaban heladas e tutti contenti.

Mi corazón me dice: ese es todo el sentido de una presentación, decir hola a amigos y desconocidos; y a lo que los traje: esa labor colectiva en la que los mexicanos destacamos en los índices de escándalo de la Secretaría de Salud por decir (oh, paradoja): ¡Salud!

El preámbulo asociado al punto de reunión es tan fuera de contexto como buscar iglesia para un bautizo: Miren, todos los muralistas del Palacio lo van a bendecir.

Aparte: pone uno a sudar a dos, tres, cuatro o siete celebrantes en un auto cada vez más autoexculpatorio (que uno llama, invita, gestiona, etc., porque los del INBA y los de Literatura SÓLO trabajan para sus actos). ¡WOW! Como quien dice, ya hay una declaración oficial de que, en efecto, hay cultura oficial; el resto es escenario.

En verdad, una presentación ya es en pocas ocasiones memorable por lo que se dice o lee. Quizá se distingan por lo que los asistententes viven, conocen o sienten: experiencias extraliterarias o paraliterarias, no sé...

En otro ámbito (anuncios y programas) una inocente manera de causar inquinas, envidias y murmuraciones (esto es: mera vida literaria. La cultura se descubre y se apodera de uno o no en las bibliotecas).

Y presiento que en el fondo, los textos de los bienintencionados presentadores, los que nos ahorran leer el libro, son una serie de variantes de la frase:

--Qué suerte, el niño no salió bizco ni patizambo; pero cómo diablos se te fue a ocurrir a llamarlo Ediberto si tiene los pelos de la cabeza (sic) como espinas de chayote, y no es nada alabastrino y...

Bibamus.

jueves, 12 de abril de 2007

Vonnegut for ever

ESTA MAÑANA aparece en las secciones culturales de los diarios el anuncio de la muerte de Kurt Vonnegut.

Mi admiración y respeto por él comenzó a partir de la lectura de Las sirenas de Titán, novela publicada por Minotauro, la reconocida editorial de ciencia ficción argentina, hace un poco más de 30 años. Su inteligencia e ironía caracterizaban su estilo irreverente, mordaz a la manera de Stanislav Lem, otro heredero de la sabiduría narrativa de Rabelais. Químico y antropólogo, fue un hombre dedicado a la crítica de su sociedad y de su tiempo. Lo conocí por azar durante una breve estancia en Nueva York, donde mucho de su conversación me descubrió su cariño y respeto por Carlos Fuentes y José Donoso, además de su refinado gusto por el arte contemporáneo (parte de aquella mañana la pasamos en un exhibición de Edward Munch).
Planeaba entonces, era noviembre de 1981, un viaje al Ecuador, a las Galápagos, lo que de momento me pareció curiosidad de diletante o mera curiosidad. Años después, con la lectura de la novela homónima me quedaron claros sus motivos. Le hice una pregunta curiosa, como de entrevistador de secundaria o mal reportero, aparte del inglés ¿qué idioma consideraba más importante? "German, no doubt", fue la respuesta.
Quien lea Matadero 5 tendrá claro el porqué de la respuesta. Y más, mucho más, quien imagine el galpón con el mural inmenso que representa la mañana de mayo de 1944 que señala el día de la liberación, el fin de la II Guerra Mundial descrito en Barba Azul.
"Pese al éxito comercial, Vonnegut sufrió de depresión toda su vida", afirma el redactor de la nota fúnebre en el diario. No ha leído, estoy seguro, ninguna de sus páginas autobiográficas ni sus obras más conocidas. Ergo, no entiende un hecho que se bosqueja desde otro punto de vista en Madre noche.
Creo que realmente alguna vez existió Kurt Vonnegut, y los hechos así lo muestran. Sin embargo, al final de su primera juventud, lo llamaron a la guerra, donde fue. Patrullaba un bosque próximo a Dresde cuando fue capturado, hecho prisionero, llevado a la ciudad y encerrado en el almacén de un rastro. Durante dos noches (13-15 de febrero de 1945), las fuerzas aliadas (lo que se llama fuego amigo) bombardearon y arrasaron la ciudad. Fue uno de los bombardeos más devastadores de la 2a Guerra Mundial. Al ser liberados, Vonnegut y sus compañeros atestiguaron la magnitud del desastre, las proporciones de la aniquilación. Y él era parte de ese fuego aniquilador y víctima de él en su encierro. Algo así como el gato de Schröedinger, si se desea ver así.
No creo que el Vonnegut que fue, sobreviviera. Ese Vonnegut quedó bajo los escombros de Dresde hace 62 años. Sólo conocimos al producto de ese bombardeo sumado a su difícil historia familiar —como son la mayoría de las historias familiares. Esa es mi impresión. Mas ahora no están ni uno, ni el otro. Ni el de antes ni el de después, ni el creador de Newt y de Kilgore Trout y de Wanda June, sino una larga lista de libros memorables en su mayoría que seguiré visitando con interés y placer.
Hasta pronto, Kurt Vonnegut.
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sábado, 7 de abril de 2007

Dádivas de México al mundo

Posted by Picasa

EL CURIOSO LECTOR QUIZÁ se pregunte respecto a la figurilla que ilustra la presente entrada. Es una de las pocas boquillas de desagüe que están en el tercer piso, del lado de la antigua Aduana de la Ciudad de México, en lo que es hoy el edificio donde está la Secretaría de Educación Pública. Por lo general los curiosos que van a ver los murales de Diego Rivera ignoran esta parte del edificio, a un costado de mi área de trabajo.

Que trabaje, es otra de las sorpresas del año (mucho más considerando que desde el 31 de diciembre de 2000 no tuve sino oficinas virtuales, que si en SOGEM, que si en la FLM, que si en PLAN C EDITORES). Nada es para siempre. Ahora le hago la competencia a la boquilla de desagüe, pero con palabras.

Dejémos atrás ese paréntesis sin entrar de lleno en los acontecimientos de este cuatrimestre y refirámonos al tema del título. Es abril, es sábado de gloria, se anuncia una máxima temperatura de 23 °C, aunque la lectura del termómetro muestra 17 °C. El marcador de glucosa registró 108 y el baumanómetro 105/76 con un pulso de 73. Algo así como una pormesa de que si no ocurre un accidente, hoy no me convertiré en carroña.

Y lo sustancial, la revelación de mi sueño, donde se mostraba multitud de conversaciones con gente varia en la historia de mi vida. (El sueño, estoy seguro, tiene que ver con los poemas de Shintaro Tanikawa, de quien estoy preparando la edición de Sekenshirazu / Sin conocer el mundo, en traducción de Cristina Rascón, donde él apenas utiliza algunos signos de puntuación y apenas una que otra mayúscula, casi todas referidas a los nombres propios). Y entre ellos distinguía los rostros de Ana, de Víctor Hugo, de Berta, de Cecilia, de Gerardo, de Marcela... Todos ellos hablando sin cesar.

¿Cómo escribirlos, cómo representar su conversación con exactitud? James Joyce o Lawrence Durrell lograron describirlos durante el siglo pasado. Y ¿ahora cómo ser políticamente correctos sin faltar a la verdad? Las academias de la lengua tienen tiempo para considerarlo. Les doy una pista: cada época ha perfeccionado la puntuación, los signos. Y el lenguaje se ha hecho representable. Así, para todos los artilleros de palabras propongo un símbolo que nos los ilustre en la vida: "x"
(el subíndice X) al que llamaríamos el punto yreteseguido.


Estoy cierto de que al admitirse en castellano, todas las lenguas del mundo lo adoptarían. Quiero que ese sea mi obsequio a la humanidad.

Discútase y coméntese. He dicho.