jueves, 7 de diciembre de 2006

Noticias al borde del final del año

HACE unos días, a finales de noviembre, estuve en Manzanillo, el único puerto de Colima, en la costa del Oceáno Pacífico. Los días fueron luminosos y a temperaturas próximas a los 30°C mientras la Ciudad de México se encontraba bajo los 4°C que marcan el punto de congelación a esa altura.

Mientras el Congreso se debatía en una de las convulsiones finales del agonizante sexenio, donde los golpes y las agresiones físicas se convirtieron en la pauta de un Reality Show que se proyectó en cadena nacional durante cerca de 72 horas --bastante aburrido la mayor parte del tiempo, cabe reconocerlo--; fui huésped de una ciudad que abrió las puertas de sus escuelas, mercados, restaurantes, portales, buque de la Armada y bares a la lectura de poesía a lo largo del día. Algo semejante (de menor escala) a lo que ocurre en Trois Riviéres, Quebec, cada año a principios de octubre. Conviví con poetas de diversas partes del país y un par de poetas de Quebec que hicieron la delicia de propios y extraños a lo largo de casi una semana. Y luego me dediqué a dar un curso de narrativa en Colima, Col.


Muchos años hace que no gozaba tanto de una reunión como ahora. Las cervezas estaban frías, las lecturas de poemas fueron ágiles; ningún incidente empañó la estancia y los horarios estuvieron calculados con equilibrio: podíamos gozar de las sobremesas e ir a los diferentes sitios del puerto con calma, gozando de los rincones de Manzanillo como lo hacen los porteños, de manera que nunca nos sentimos turistas, por más que las fotografías nos denuncien como tales. Guillermina Cuevas y Victor Manuel Cárdenas y yo pudimos recordar con gusto nuestros primeros encuentros, hace veinte años, con ese placer que prolonga una antigua conversación a lo largo del tiempo, más allá de las separaciones que impone la propia vida cotidiana. En suma, un descanso que merecía desde hace tiempo. En un viejo cuaderno llevé una bitácora de esos días, ya que muchos detalles los quise consignar con precisión digna de un Tristram Shandy.

El único detalle que empañó mi estancia fue ver el libro de Francisco Blanco, quien falleció recientemente, que le prologué todavía cuando estaba vivo: "Elogios a Colima", una memoria de la antigua ciudad que leído a posteriori resulta estremecedor, por su estructura, por su concisión aforística, por la parte final que es sin ambages una conversación con la muerte.

De vuelta a ls Ciudad de México me encontré con una circunstancia más oscura: la noticia del asesinato de Ricardo Encalada. A encalada lo conocí en 85 en Campeche, y lo seguí frecuentando en cada una de mis visitas al sureste. Al llamarlo para ponerme de acuerdo con él para la Feria del Libro de marzo próximo me comentó con detalle su secretaria cómo fue asesinado en Cuba Ricardo, el 26 de noviembre por la noche. Inicialmente fueron unas las versiones, me decía, y el día 1° se supo con detalle que la muerte en realidad había sido a batazos, una golpiza salvaje en todo el cuerpo. Varios diarios y revistas por la red comentaron el deceso. Ninguno menciona la generosidad de Encalada, su gusto por la vida ni su caracter bondadoso y apacible.

El único detalle digno de consignar al volver a México es el ocurrido antenoche, cuando de regreso de una cena, donde declaré perdida mi gorra para el frío, al ir al subir al coche noté que seguía ahí, al pie de la puerta del auto. Extraño es que aquí ocurra algo semejante. Vuelve uno sobre sus pasos y las cosas están intocadas esperándonos. A veces.