sábado, 29 de octubre de 2005

Cerrar y abrir puertas I.


AHH, los días felices, recuerdo aquella imagen de Beatriz Sheridan bajo la sombrilla en la obra de Samuel Beckett. ¡Ah! Pronto se quedan atrás. Dónde quedaron las sesiones en la FLM con Gabriela Aguileta, Laia Jufresa, Federico Vite, Julián Robles, Jorge Vázquez Ángeles y Sergio Méndez... Pasaron. Con sus altibajos y nuestras noches en el Niza, eventualmente, cuando una cerveza nos permitía cambiar la conversación.

De alguna forma esas tardes y veladas nos dejaban un agradable sabor: la del gusto de una amistad que en el caso de Jorge, Gabriela y Vite prolongaba un tiempo inaugurado meses atrás y que tenía la posibilidad de convertirse en una larga amistad: porque quienes escriben y se conocen, aun cuando no se vean, saben de los demás y de sus afanes, de sus éxitos y de sus privacías. Ésa es la ventaja de escribir y trabajar durante un tiempo.

Al poco tiempo, Julián tenía su lugar junto con Laia y Sergio. Inteligencias y sensibilidades tan distintas como sorprendentes. De la novela de Julián, me sorprendía su complejidad, y la aparente línea sucesiva, con toda la trama tras bambalinas. Envidiable el avance de la novela de Federico, vertiginosa y saturada de dolor. Laia con ese extraño proyecto de Cuentos por encargo que nos fue seduciendo al grupo entero. Sergio necesitaba más tiempo. Gabriela, breve y precisa, en un ensayo biográfico que es novela... Y Jorge, en sus delirios mágicos, miel sobre hojuelas, siempre divertido...

Hacer un libro tiene un prolongado privilegio: es totalmente paulatino. Un encanto semejante al de la gestación de un hijo, de una hija.

Gabriela Aguileta y Sergio Méndez